FRATERNIDAD DE LA AMISTAD
domingo, 12 de septiembre de 2010
EL HOMBRE DEL CÁNTARO - Mc 14, 12 - 16.
Salvador Santos, 08-Julio-2010
El primer personaje del evangelio que sale del armario.
Nos dice el autor que dedica este artículo al grupo de personas gays a quienes las iglesias cristianas deben una reparación por haberlas denostado por siglos. Salvador Santos, autor de “Un paso, un mundo”, es especialista en exégesis de Marcos, discípulo y colaborador de Juan Mateos. Hoy empieza una colaboración en ATRIO, que espero sea muy duradera y provechosa.
Hay personajes del evangelio cuya notoriedad ha sobrepasado los márgenes del texto donde se recogen sus actuaciones. Son figuras históricas o virtuales de rango universal, tales como Lázaro, la Hemorroísa, la Samaritana, Jairo, María Magdalena, Pedro, Zaqueo… Junto a estos actores de primera fila, otros, sin rostro, ni protagonismo residen arrinconados en los estantes menos visibles del relato evangélico. Uno de los más desconocidos es el Hombre del Cántaro.
El Hombre del Cántaro pasa inadvertido la mar de las veces. Su paso por la escena es visto y no visto. Una aparición tan efímera en el texto explica que los lectores apenas nos hayamos fijado en él a pesar de que le nombran dos de los tres primeros evangelios. Para indagar en su identidad y estar al tanto del papel que desempeña seguimos la lectura de Marcos, la fuente principal:
12. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron sus discípulos:
-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
13. Él envió a dos de sus discípulos diciéndoles:
-Id a la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, 14. y donde entre decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está mi aposento, donde voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?”.
-15. Él os mostrará una sala en alto, grande, alfombrada, dispuesta; preparádnosla allí.
-16. Salieron los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron las cosas como les había dicho y prepararon la cena de Pascua. (Mc 14, 12-16).
12. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual.
La narración comienza con dos datos temporales contradictorios. Las dos fiestas, la de la Pascua y la de los Panes Ázimos (mazzots), coincidían en su fecha de celebración por razón de que rememoraban un único acontecimiento, la liberación de la esclavitud en Egipto. Pascua y Ázimos comenzaban al iniciarse el día 15 de nisán, es decir, al anochecer del 14, según el modo judío de contar el día: de puesta a puesta de sol. El cordero, elegido el día 10, debía ser macho, de un año y sin mancha ni defecto. Se sacrificaba en el recinto del templo entre las 2,30 y las 5,30 del mediodía del 14. Nadie salvo un no judío desconocedor absoluto de las fiestas podría afirmar, como hace aquí Marcos, que el cordero pascual se sacrificaba el día primero de los Ázimos.
Marcos conocía a la perfección cada momento de las fiestas. Anteriormente había dado cuenta de su cercanía (14,1). ¿Por qué, entonces, esa incongruencia tan evidente y manifiesta? Los muchos intentos por explicarla no resultan convincentes. Cabe, pues, pensar en el recurso típicamente suyo de utilizar dos datos temporales contradictorios (1,32; 4,35) como invitación al lector a hacer un alto en la lectura y dirigir su mirada hacia la situación que ha motivado los hechos.
Acerquémonos a ellos: Nuestro autor, Marcos, ha destacado previamente la ansiedad de la aristocracia sacerdotal y de los máximos representantes de la ideología oficial por prender a traición a Jesús con el fin de darle muerte antes del inicio de los festejos (14,1-2). Él disfruta tranquilo en casa de un marginado. En ese escenario una anónima mujer le muestra con un desbordante amor que acepta su proyecto hasta las últimas consecuencias. La entrega de la mujer desata la tensión en los discípulos, que interpretan su gesto como exagerado e inútil (14, 3-8). El grupo de seguidores no sale de sus coordenadas nacionalistas y demuestra una escasa adhesión al proyecto del Galileo. El desacuerdo desemboca en la traición de uno de los Doce. Los dirigentes sacarán partido de las divergencias. Ha fraguado la complicidad y los instintos criminales entran en ebullición (14, 10-11). Los acontecimientos parecen precipitarse.
Le dijeron sus discípulos: ¿Donde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
En medio de esa atmósfera de arrebato, con las fiestas echándose encima, los discípulos toman la iniciativa. Ellos daban por hecho que la celebración de la cena de Pascua al modo tradicional entraba en los planes del Galileo y le urgieron, por tanto, a que determinara el escenario de la capital donde convendría llevarla a cabo. El ambiente festivo, donde la conciencia de pueblo alcanzaba su punto de efervescencia, propiciaba la costumbre de que los habitantes de la ciudad brindaran gratuitamente locales y terrazas de sus domicilios a las decenas de miles de peregrinos venidos a Jerusalén para la ocasión. En cada estancia se reunían por término medio entre diez y veinte comensales.
Llama la atención en la pregunta de los discípulos su sentido restrictivo: a prepararte (lit. para que comas), cuando se esperaría una propuesta en plural (siguiendo la literalidad: para que comamos). ¿Qué se esconde tras esa formulación en singular? El grupo observó la cena de Pascua como la mejor oportunidad para que él aceptara por fin los sagrados ideales mesiánicos trazados en el Antiguo Testamento. No había mejor ocasión para que asumiera el liderazgo de un movimiento popular contra el imperio dominante. Ése debería ser su momento; ésa sería su Cena, la que inauguraría la nueva Pascua. A tal fin los discípulos se ofrecieron como servidores incondicionales.
13. Él envió a dos de sus discípulos diciéndoles: - Id a la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, 14 y donde entre decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está mi aposento, donde voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?”.
Pero los planes de Jesús diferían de la estrategia de los discípulos y no respondió directamente a su requerimiento. Antes bien, se hizo cargo de la situación y señaló los pasos a dar.
En primer lugar envió a la ciudad a dos de los discípulos. No se mencionan sus nombres; el número dos lo dice todo. Representan a la sociedad alternativa como en 6,7: “convocó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos”. Se emplea el verbo (ἀποστέλλω) que define una de las características esenciales del grupo: ser emisarios con un encargo de Jesús (Mc 3,14).
La ciudad, centro del poder político, religioso y económico, será el destino de los enviados, pero ni el guión a desarrollar, ni el objetivo a conseguir tendrán que ver con los propósitos de los discípulos. El Galileo no les aportará una dirección precisa, tampoco un itinerario detallado; sí, en cambio, pondrá a su alcance una señal inesperada, dinámica y claramente reconocible cuya estela les conducirá hasta el lugar idóneo. Habrán de coincidir con el Hombre del Cántaro: “os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua”.
El matiz del verbo (ἀπαντάω: “salir al encuentro”), sugiere que la iniciativa corresponde al personaje en cuestión (Lc 17,12). El bullicio en un día tan señalado daba para toparse con un hombre cargando cualquier objeto, pero no un cántaro. El cántaro era recipiente propio de mujeres. Ningún hombre habría tenido la mala ocurrencia de andar por las concurridas calles cargando un cántaro de agua. Además de concentrarse en él, recelosas, todas las miradas, le habrían apedreado sin más. El insólito personaje obliga a los discípulos a dejar atrás sus prejuicios para abandonarse en quien menos confiarían. Las preguntas surgen solas: ¿Quién es ese hombre del cántaro? ¿De dónde ha salido?
Los datos orientan al sentido figurado. Se trata de un ser humano (ἄνθρωπος) con apariencia de hombre y comportamiento de mujer. Persona y cántaro conforman una unidad. Trasladando su completa imagen a nuestra cultura hablaríamos de un hombre vestido con falda y tacones. Su figura responde a la de un afeminado. No importa su procedencia, sino que está allí. Eso no tiene discusión. Y es como es. Su perfil lo dice todo. Este ser humano será el elegido por Jesús para orientar a los discípulos. Su compostura femenina anuncia que ellos han de invertir su manera de mirar la Pascua.
El hombre-mujer, impensable en la mentalidad judía, rompe los esquemas ideológicos de los enviados. Precisamente eso pretendió el Galileo acudiendo a él como figura representativa, subvertir en el grupo de discípulos unos valores alineados con la violencia nacionalista. Iban descaminados los que subestimaron el gesto de la mujer del perfume. Aquella mujer apuntaba en la buena dirección con su actitud comprometida a amar sin límites hasta entregar la propia vida en favor de los más débiles.
El hombre del cántaro quiebra el orden establecido como natural. Su sola presencia advierte a los enviados de la invalidez de sus códigos de conducta. Sin él, los discípulos carecen de rumbo y destino seguros. El hombre del cántaro les saldrá al paso como la única garantía de hallar lo que buscan. Ellos habrán de trocar ante él sus esquemas mentales. El afeminado aparece en el texto como modelo de discípulo advirtiendo que la sociedad alternativa no se distinguirá por sus privilegios, sino por el insustituible servicio de marcar la ruta hasta el escenario donde se celebrará la definitiva libertad.
La escueta consigna a los enviados no admite dudas: “Seguidlo”. La expresión formada por el verbo (ἀκολουθέω: “seguir”) acompañado de pronombre se usa casi siempre en Marcos para indicar el seguimiento a Jesús (1,18; 2,14.15; 6,1; 8,34; 9,38; 10,21.28.32.52; 11,9; 14,54; 15,41). El del cántaro se convierte así en el guía ideal para los discípulos. Hace las veces de Jesús, que se ha identificado con él depositando en el afeminado su absoluta confianza. El hombre-mujer ocupará su lugar y dirigirá a los enviados hacia su destino. Gracias al Galileo, un personaje insignificante ha pasado a ocupar el papel de protagonista. La imagen afeminada del hombre del cántaro en posición tan destacada pudo generar escándalo entre lectores de procedencia judía, lo que explicaría que, en su relato, Mateo suprimiera de un plumazo al personaje y, con ello, su labor de encaminar a los discípulos hasta la casa: “Id a la ciudad, a casa de Fulano…” (Mt 26,18).
Él tiene allí las puertas abiertas: “donde entre”. El hombre del cántaro no necesita salvoconducto, pertenece a los de la casa. Una vez en ella, el “dueño” pasa a ser el interlocutor válido para los discípulos. El término (οἰκοδεσπότης “dueño de la casa”), sólo utilizado en los tres primeros evangelios, aparece en Marcos esta única vez. Mateo y Lucas lo usan en algunas metáforas y parábolas refiriéndolo a Dios (Mt 13, 27; 20,1.11; 21,33; Lc 14, 21). En otros lugares, Jesús lo utiliza aplicándoselo a sí mismo (Mt 10,25; Lc 13,25).
El dueño de la casa se muestra en este contexto como sujeto en connivencia con el Galileo. El dispone y da acceso al escenario definitivo, el que acogerá a la sociedad del Reino en su momento más crucial. El texto deja suponer que su función se limitará a escuchar y a mostrar el espacio reservado. Sólo a él prestarán atención los discípulos, cuya función se circunscribe a ser fieles transmisores del mensaje del Galileo, al que Marcos presenta dominando en todo momento la situación. Por eso, Jesús les traslada en primera persona la pregunta que ellos deberán plantear con exactitud al dueño de la casa: “¿Dónde está mi aposento…?”, aunque para introducirla, habla de si mismo en tercera persona: “El Maestro pregunta”.
La introducción “El Maestro pregunta” sirve de contraseña al dueño de la casa. Es la única vez en Marcos que Jesús se autodenomina maestro (ὁ διδάσκαλος); asimismo también en esta sola ocasión el evangelista escribe el término con artículo. El dueño de la casa no reconocerá a otro maestro distinto a Jesús. Los discípulos tendrán acceso a la estancia únicamente presentándose como seguidores suyos. Es la aceptación de su proyecto lo que permite el libre acceso al interior de la casa. Los discípulos se verán obligados a dejar atrás sus estrategias y sus objetivos.
Con su interrogante, el Maestro no reclama saber, sino enseñar a los enviados. Son los discípulos quienes deberán mostrar disposición al aprendizaje. Preguntarán por un lugar (¿Dónde…?) respecto al que Jesús conoce bien la respuesta. Él persigue que sus enviados sean llevados hasta el escenario que buscan y puedan observarlo. El término empleado para hablar de ese espacio: “aposento” (κατάλυμά), no utilizado en Marcos salvo en esta ocasión, tiene el sentido de albergue que invita al descanso tras un largo trayecto. Habla de un lugar concreto, reservado y exclusivo para él (“mi aposento”), acordado de antemano y con unas condiciones especiales para el uso al que se destina. En contraposición al sentido restrictivo del planteamiento inicial de los discípulos: “a prepararte…”, el Galileo ensancha las miras y prevé un escenario abierto a la totalidad de sus seguidores: “voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos”.
15. El os mostrará una sala en alto, grande, alfombrada, dispuesta; preparádnosla allí.
Las indicaciones dadas a los enviados incluyen las características de la estancia que el dueño les enseñará. A ellos incumbe cotejarlas con las condiciones que ellos conocen de antemano. Las cuatro marcas que definen el local están descritas con absoluta sobriedad. De ese modo, concentran la atención sobre ellas y preparan la mente respecto a los hechos que tendrán lugar en el citado espacio.
Se trata de una “sala en alto”. Este término (ἀνάγαιον; etimológicamente por encima de la tierra; opuesto a κατάγαιον: subterráneo), presente únicamente aquí y en el lugar paralelo de Lucas (Lc 22,12), apunta a la idea de que el escenario de la cena supera los propósitos nacionalistas del colectivo de seguidores. “Grande” (μέγα) sugiere desahogo, apertura y gran capacidad para albergar a un amplio universo de adheridos al proyecto. “Alfombrada” (ἐστρωμένον: participio perfecto pasivo de στρώννυμι: “extender” [una alfombra], “tapizar”) habla de un sitio acogedor, relajado, idóneo para la libertad (sólo los esclavos comían de pie). Y por último, “dispuesta” (ἕτοιμον), asegura reunir condiciones que, además de excelentes, son definitivas. No caben modificaciones en la sala; se halla en su punto para disponer de ella. Quedan únicamente los preparativos propios de la cena a los que los discípulos hicieron alusión: “a prepararte”. Las instrucciones del Galileo se han completado.
16. Salieron los discípulos, llegaron a la ciudad, encontraron las cosas como les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
El relato termina dando cuenta del cumplimiento del encargo por parte de los enviados, de la exactitud con que lo llevaron a efecto y de la preparación de la Cena de Pascua. Marcos no se interesó en los pormenores de los preparativos, que no eran pocos: sacrificar el cordero en el templo, elaborar los panes sin levadura, hacer la ensalada, preparar la mesa para todos los comensales, colocación de los accesorios), sí, en cambio, trabajó con extremo cuidado las coordenadas en las que encuadrar una cena que de ningún modo coincidirá con las ambiciones de los discípulos.
El dueño de la casa admitirá exclusivamente las instrucciones del Maestro. A ellas se ceñirán también los discípulos (término usado en cuatro ocasiones señalando su sentido universal). El Galileo marcará las pautas a seguir. El papel de guía lo desempeñará el hombre del cántaro, el primer personaje del evangelio salido del armario.
Tomado de http://www.atrio.org/2010/07/el-hombre-del-cantaro/
Comentario realizado por el autor en el foro anejo a su artículo, como respuesta a algunos cuestionamientos:
Salvador Santos
11-Julio-2010.
He leído todos vuestros comentarios y os doy las gracias por ellos. Como me resulta imposible escribir algo acerca de cada uno, me permito aportar unas ideas en general. No tratan de convencer, sino de ser útiles a la reflexión.
Es normal que el hombre del cántaro incomode. Mateo fue el primero en quitárselo de encima. No dejó ni rastro de él: “Id a la ciudad, a casa de Fulano, y dadle este recado” (Mt 26,18).
El dato informando de que era tarea exclusiva de mujeres llevar un cántaro de agua no es novedoso. Fue destacado por Lagrange en 1929. El recipiente propio del hombre era el odre.
El hombre del cántaro es un personaje figurado. Se explica no porque el texto le llame un ser humano -no he usado semejante argumento-, sino por los datos que ofrece Marcos: Lo inconcebible del hecho y que se indique el contenido del cántaro. El cántaro no era transparente y podía contener vino, aceite o cualquier otra sustancia líquida. Sobraba decir que llevaba agua. ¿Cómo saberlo?.También se acredita el carácter figurado del personaje por lo que Marcos omite: No da nombres, ni localización, ni indicación temporal, ni precisa ruta a seguir. ¿Cómo encontraría el hombre del cántaro a los enviados entre centenares de miles de personas? ¿En qué esquina? ¿A qué hora? ¿Por qué no dio Jesús directamente la dirección si aquello estaba acordado de antemano? El intento de interpretar el relato en clave historicista conduce al fracaso.
El del cántaro representa a un hombre con comportamiento de mujer. El hombre del cántaro es figura de lo que los discípulos rechazan. Ellos tratan de salir de la sumisión conquistando el poder que la genera. Para Jesús, sólo llegarán a la casa (espacio de la sociedad alternativa en Marcos) renunciando al poder y teniendo un comportamiento como el de la mujer del perfume. Deberán cambiar el chip. Abandonar la ambición de poder y apostar por el derroche de generosidad. Marcos no encontró nada mejor para expresar esta idea que introducir la imagen de un afeminado, un hombre que se comporta como mujer. Al amigo Mateo esta figura le pareció escandalosa para su comunidad judía. Y, ni corto ni perezoso, se la cepilló de un plumazo.
Si el hombre del cántaro hubiera actuado como contraseña de Jesús, ¿cómo habría osado Mateo eliminarlo sin más? O si era un constructor de cántaros, ¿a qué venía excluirlo? Mateo lo anuló de su texto por su condición de afeminado, algo impensable en una sociedad machista como la judía. Alguien estaría en su derecho de afirmar que es aventurado hacer tal afirmación sin pruebas. Leamos a Lc 17,34-35: “Aquella noche estarán dos en una cama; a uno se lo llevarán y al otro (¡ambos masculinos!) lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra (en femenino) la dejarán”. Veamos el texto de Mateo: “Entonces dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán…” (Mt 24,40-41). Mateo ha cambiado la cama donde dormían aquellos dos por el campo. Así evitaba problemas de interpretaciones raras. ¡Mateo aplicó más de una vez la censura por temas de afeminamiento!
Aún siendo el hombre del cántaro una pieza clave para dar con la casa, la escena de Marcos se orienta a trazar las coordenadas del espacio donde se celebrará la cena de despedida. Cuando se aparta esa cena de sus auténticas coordenadas aislándola de la historia, acaba reducida a rito litúrgico evanescente.
Marcos deja muy claras las condiciones del espacio al que únicamente se accede siguiendo el Magisterio de Jesús. Su enseñanza no se enmarca en una doctrina. Es un proyecto social hecho vida.
Estoy seguro que sabréis disculparme por la extensión.
Un saludo muy cordial.
Salvador Santos
domingo, 5 de septiembre de 2010
LOS PASTORES TIENEN MIEDO.
Cada vez vemos con mayor frecuencia como los pastores y guías de diferentes Iglesias cristianas se sirven de los medios de comunicación para exponer su doctrina sobre un sin número de asuntos, la mayoría de los cuáles están relacionados con el mundo postmoderno y, particularmente, con la sexualidad. Al escucharlos puede apreciarse que consideran que sus exhortaciones – que no poca veces realizan en un tono apocalíptico – son necesarias para guiar a una humanidad que se encamina hacia el abismo, dado que ha decidido soltar la mano de sus antiguos tutores y explorar el mundo por su propia cuenta y riesgo.
Hasta aquí lo evidente. Pero lo que realmente revelan estas actitudes es algo más preocupante… no cabe duda de que los pastores tienen miedo.
Temen a la “autonomía de las realidades humanas”(1), a la autonomía de una humanidad resuelta a no estar más tutelada por los líderes religiosos, resuelta a buscar sus propios horizontes, a asumir – no siempre con la entereza necesaria – los retos de la mayoría de edad. Un proceso no exento de peligros, pero siempre lleno de posibilidades y aprendizajes, en medio de todos los cuales, aquellos que apostamos por el seguimiento del Señor Jesús, no tropezamos con los datos objetivos del devenir histórico, sino que vislumbramos los “signos de los tempos”[2]. Aquellos que son la muestra preclara de las contradicciones humanas y, a la vez, condiciones de posibilidad para el florecimiento del Reino de Dios en medio de la historia humana.
Ella, en el sentido más auténticamente cristiano, no es percibida como el eterno retorno de las sociedades primitivas, tampoco como un proceso lineal y progresivo, como lo postula la modernidad. Para nosotros la historia es “historia de salvación”, en medio de la cual, los hombres y mujeres atentos a la voz de Dios, debatidos en medio de las contradicciones y vicisitudes, son para sus hermanos luz en la oscuridad, consuelo en la aflicción, esperanza en medio de la desesperanza… compañía cierta y sincera en medio del gozo o la tristeza.
Es en esta cotidianidad vivida en clave pascual que la liberación plena de la humanidad se obra, lejos del artificio y la espectacularidad y cerca del silencio de Nazaret[3], de la convivencia fraterna e íntima de Betania[4], en la desposesión del predicador errante de Galilea (Lc 9, 58), en la conversión de Aquél que veía a Israel como destinatario principal de la Buena Nueva (Mc 7, 24 - 30), en la muerte de uno (más) tenido por malhechor (Lc 23, 32), en la resurrección atestiguada por las in-creíbles mujeres (Lc 24, 8 - 11), en la convivencia fraterna que permite entender por qué no tiene sentido buscar entre los muertos al que vive (Lc 24, 5).
Por eso, para algunos cristianos no deja de ser escandaloso (skandalon) que aquellos que pastorean las Iglesias, en tanto llamados a presidirlas en la fe, den muestra de tan gran falta de la misma ante los tiempos que corren. No podemos olvidar a este respecto que lo contrario de la fe no es el ateísmo, sino el miedo (Gn 3, 10; Mt 14, 26; Jn 14, 27. 20, 19).
Quizá pues sea esta la hora de que los cristianos pertenecientes a minorías sexuales, que conocemos del temor y de la fe/adhesión a Jesús de Nazaret, demos fuerte y claro testimonio.
Lo más probable es que la sola invitación nos llene – precisamente – de miedo, pero es el Resucitado quien insiste: No tengáis miedo (Mt 28, 10).
No tenemos ninguna credibilidad, al igual que las mujeres miróforas, y como ellas sólo contamos con nuestra experiencia pascual, la que nos ha permitido abrazar al Resucitado (Mt 28, 9). Es decir, sólo contamos con nuestra experiencia de fe/adhesión a Él, de reconciliación de nuestras vidas en Él, con el testimonio de las maravillas que Él ha obrado en nosotros y nosotras (Jn 9, 3).
Tampoco estará exento de controversia nuestro testimonio. Él mismo es desestabilizador y lo es porque lleva en sí mismo el germen de un éxodo. El Resucitado, a las afueras de Jerusalén – centro de poder político, económico y religioso –, envía a las miróforas a convocar al resto de la comunidad de los discípulos en Galilea – tierra de malditos – (Mt 28, 10). De la misma manera, la aceptación de nuestro testimonio implica que las Iglesias y comunidades se descentren y se abran a la novedad de la Buena Noticia (Mt 28, 16 - 17) y la acción del Espíritu que sopla donde quiere, sin que nadie sepa de dónde viene ni adónde va (Jn 3, 8). Implica que ellas estén dispuestas a re-centrarse en el ministerio jesuánico de predicación y liberación, obrado en Galilea (Mt 28, 10; Mc 16, 7; Lc 23, 7; Jn 21, 1), donde todos los excluidos son restaurados en la plenitud de su dignidad de hijos de Dios Lc 3, 18 - 19).
Pero esto sólo es posible si las Iglesias y comunidades se re-encuentran con el galileo cuya persona y ministerio ha sido reivindicado por el Padre, con la fuerza de su Espíritu, en la resurrección, y, renovados, asumen la universalidad de su misión de anunciar a todos (Mt 28, 16 - 17), con actitud profética, que el Reino está cerca (Mt 4, 17).
Pero, para que todo esto sea posible, hace falta la fuerza del Espíritu de la Verdad (Jn 16, 13), y nuestro valiente testimonio de que
... cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna. (Tit 3, 4 – 6)
Diego Acevedo Peña.
[1] CONCILIO VATICANO II. Gaudium et Spes n. 36.
[2] Ibídem. n. 11.
[3] CLEMENTE, Francisco. El Misterio de Nazaret. Boletín Iesus Caritas n. 102. En:
http://www.carlosdefoucauld.org/Documentos/misterio_de_nazaret.htm
[4] CHEN, Christian. Betania y Jerusalén. En: http://www.betaniajerusalen.com/pagina7.htm
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